会计考友 发表于 2012-8-17 11:59:20

西语童话阅读:Elcometa(2)

  La mayoría de los que lo dijeron habían muerto, en efecto, cuando apareció de nuevo. Pero el ni?o cuya muerte, al creer de su madre, había sido pronosticada por la viruta de la vela, estaba vivo aún, hecho un anciano de blanco cabello. ?Los cabellos blancos son las flores de la vejez?, reza el proverbio; y el hombre tenía muchas de aquellas flores. Era un anciano maestro de escuela.
  Los alumnos decían que era muy sabio, que sabía Historia y Geografía y cuanto se conoce sobre los astros.
  -Todo vuelve -decía-. Fijaos, si no, en las personas y en los acontecimientos, y se darán cuenta de que siempre vuelven, con ropaje distinto, en otros países.
  Y el maestro les contó el episodio de Guillermo Tell, que de un flechazo hubo de derribar una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo; pero antes de disparar la flecha escondió otra en su pecho, destinada a atravesar el corazón del malvado Gessler. La cosa ocurrió en Suiza, pero muchos a?os antes había sucedido lo mismo en Dinamarca, con Palnatoke. También él fue condenado a derribar una manzana puesta sobre la cabeza de su hijo, y también él se guardó una flecha para vengarse. Y hace más de mil a?os los egipcios contaban la misma historia. Todo volverá, como los cometas, los cuales se alejan, desaparecen y vuelven.
  Y habló luego del que esperaban, y que él había visto de ni?o. El maestro sabía mucho acerca de los cuerpos celestes y pensaba sobre ellos, pero sin olvidarse de la Historia y la Geografía.
  Había dispuesto su jardín de manera que reprodujese el mapa de Dinamarca. Estaban allí las plantas y las flores tal como aparecen distribuidas en las diferentes regiones del país.
  -Tráeme guisantes -decía, y uno iba al bancal que representaba Lolland-. Tráeme alforfón.
  Y el interpelado iba a Langeland. La hermosa genciana azul y el romero se encontraban en Skagen, y la brillante oxiacanta, en Silkeborg. Las ciudades estaban se?aladas con pedestales. Ahí estaba San Canuto con el dragón, indicando Odense; Absalón con el báculo episcopal indicaba S?ro; el barquito con los remos significaba que en aquel lugar se levantaba la ciudad de Aarhus. En el jardín del maestro se aprendía muy bien el mapa de Dinamarca, pero antes había que escuchar sus explicaciones, y ésta era lo mejor de todo.
  Estaban esperando el cometa, y el buen se?or les habló de él y de lo que la gente había dicho y pensado sobre el astro muchos a?os antes, cuando había aparecido por última vez.
  -El a?o del cometa es a?o de buen vino -dijo-. Se puede diluir con agua sin que se note. Los bodegueros deben esperar con agrado los a?os del cometa.
  Por espacio de dos semanas enteras el cielo estuvo nublado, y, a pesar de que el meteoro brillaba en el firmamento, no podía verse.
  El anciano maestro estaba en su peque?a vivienda contigua a la escuela. El reloj de Bornholm, heredado de sus padres, estaba en un rincón, pero las pesas de plomo no subían ni bajaban, ni el péndulo se movía; el cuclillo, que anta?o salía a anunciar las horas, llevaba ya varios a?os encerrado, silencioso, en su casita. Todo en la habitación permanecía callado y mudo; el reloj no andaba. Mas el viejo piano, también del tiempo de los padres, tenía aún vida; las cuerdas aunque algo roncas podían tocar las melodías de toda una generación. El viejo recordaba muchas cosas, alegres y tristes, sucedidas durante todos aquellos a?os, desde que, siendo ni?o, viera el cometa, hasta su actual reaparición. Recordaba lo que su madre había dicho acerca de la viruta de la vela, y recordaba también las hermosas pompas de jabón, cada una de los cuales era un a?o -había dicho la mujer-, y ?qué brillantes y ricas de colores! Todo lo bello y lo agradable se reflejaba en ellas: juegos de infancia e ilusiones de juventud, todo el vasto mundo desplegado a la luz del sol, aquel mundo que él quería recorrer. Eran burbujas del futuro. Ya viejo, arrancaba de las cuerdas del piano melodías del tiempo pasad burbujas de la memoria, con las irisaciones del recuerdo. La canción de su madre mientras hacía calceta, el arrullo de la ni?era
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