Cuando al otro día se levantó el rey y se sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y los emires y visires se sentaron a su derecha y a su izquierda. Entonces mandó llamar al médico Ruyán, que acudió y besó la tierra entre sus manos. El rey se levantó en honor suyo, le hizo sentar a su lado, comió en su compa?ía, le deseó larga vida y le dio magníficas telas y otros presentes, sin dejar de conversar, con él hasta el anochecer, y mandó le entregaran a modo de remunera-ción cinco trajes de honor y mil dinares. Y así regresó el médico a su casa, haciendo votos por el rey.& v2 j9 Y* X% T8 p# V k
Al levantarse por la ma?ana, salió el rey y entró en el diván, donde le rodearon los emires, los visires y los chambelanes. Y entre los visires había uno de cara sinies-tra, repulsiva, terrible, sórdidamente avaro, envidioso y saturado de celos y de odio. Cuando este visir vio que el rey colocaba a su lado al médico Ruyán y le otorgaba tantos beneficios, le tuvo envidia y resol-vio secretamente perderlo. El pro-verbio lo dice: “El envidioso ataca a todo el mundo. En el corazón del envidioso está emboscada la perse-cución, y la desarrolla si dispone de fuerza o la conserva latente la debilidad,” El visir se acercó al rey Yunán, besó la tierra entre sus, ma-nos, y dijo: “?Oh rey del siglo y del tiempo, que envuelves a los hombres en tus beneficios! Tengo para ti un consejo de gran impor-tancia, que no podría ocultarte sin ser un mal hijo. Si me mandas que te lo revele, yo te lo revelaré.” Tur-bado entonces el rey por las pala-bras del visir, le dijo: “?Qué consejo es el tuyo? El otro respondió: “?Oh rey glorioso! los antiguos han dicho: “Quien no mire el fin y las consecuencias no tendrá a la Fortu-na por amiga”, y justamente acaba de ver al rey obrar con poco juicio otorgando sus bondades a su enemi-go, al que desea el aniquilamiento de su reino, colmándole de favores, abrumándole con generosidades. Y yo, por esta causa, siento grandes temores por el rey.” Al oir esto, el rey se turbó extremadamente, cam-bió de color; y dijo: “?Quién es el que supones enemigo mío y colma-do por mí de favores?” Y el visir respondió: “?Oh rey! Si estás dor-mido, despierta, porque aludo al médico Ruyán.” El rey dijo: “Ese es buen amigo mío, y para mí el más querido de los hombres, pues me ha curado con una cosa que yo he tenido en la mano y me ha librado de mi enfermedad, que había desesperado a los médicos. Cierta-mente que no hay otro como él en este siglo, en el mundo entero, lo mismo en Occidente que en Orien-te. ?Cómo, te atreves a hablarme así de él? Desde ahora le voy a se?alar un sueldo de mil dinares al mes. Y aunque le diera la mitad de mi reino, poco seria para lo que merece. Creo que me dices todo eso por envidia, como se cuenta en la historia, que he sabido; del rey Sindabad.”1 Z$ K& z3 V% |+ g4 d
En aquel momento la aurora sor-prendió a Schahrazada, que inte-rrumpió su narración.; i0 }% V7 `' N n. s
Entonces Doniazada le dijo: “?Ah, hermana mía! ?Cuán dulces, cuán puras, cuán deliciosas son tus pala-bras!” Y Schahrazada dijo: “?Qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien con-servarme?” Entonces el rey dijo para sí: “?Por Alah! No la mataré sin haber oído la continuación de su historia, que es verdaderamente ma-ravillosa.” Y el rey fue al diván, y juzgó, otorgó empleos, destituyó y despachó los asuntos pendientes has-ta acabarse el día. Después se le-vantó el diván y el rey entró en su palacio.
2 c# ?, t6 U0 B# M) L Y CUANDO LLEGó LA QUINTA NOCHE
; C2 w/ p* n& M, o# _+ ]1 n Ella dijo:
0 Y7 f; N; b5 N9 p He llegado a saber, ?oh rey afor-tunado! que el rey Yunán dijo a su visir: “Visir, has dejado entrar en ti la envidia contra el médico, y quieres que yo lo mate para que luego me arrepienta, como se arre-pintió el rey Sindabad después de haber matado al halcón.” El visir preguntó: “?Y cómo ocurrió eso?” Entonces el rey Yunán contó:0 H0 a# M6 |. `0 V$ [( K) Q
EL HALCóN DEL REY SINDABAD* }% L4 I3 I' {+ G
“Dicen que entre los reyes de Fars hubo uno muy, aficionado a diversiones, a paseos por los jardi-nes y a toda especie de cacerías. Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de día ni de noche pues hasta por la noche lo tenía sujeto al pu?o. Cuando iba de caza lo llevaba consigo, y le había colgado del cuello un vasito de oro, en el cual le daba de beber. Un día estaba el rey sentada en su palacio, y vio de pronto venir al wekil que estaba encargado de las aves de caza, y le dijo: “?Oh rey de los siglos! Llegó la época de ir de caza.” Entonces el rey hizo sus preparativos y se puso el halcón en el pu?o. Salieron después y llegaron a un valle, donde armaron las redes de caza. Y de pronto cayó una gacela en las redes. Entonces dijo el rey: “Mataré a aquel por cuyo lado pase la gacela.” Empeza-ron a estrechar la red en torno de la gacela, que se aproximó al rey y se enderezó sobre las patas como si quisiera besar la tierra delante del rey. Entonces el rey comenzó a dar palmadas para hacer huir a la gacela, pero ésta brincó y pasó por encima de su cabeza y se inter-nó tierra adentro. El rey se volvió entonces hacia los guardas, y vio que gui?aban los ojos maliciosa-mente, Al presenciar tal cosa, le dijo al visir: “?Por qué se hacen esas se?as mis soldados?” Y el visir contestó: “Dicen que has jurado matar a aquel por cuya proximidad pasase la gacela.” Y el rey exclamó: “?Por mi vida! ?Hay que perseguir y alcanzar a esa gacela!” Y se puso a galopar, siguiendo el rastro, y pudo alcanzarla. El halcón le dio con el pico en los ojos de tal mane-ra, que la cegó y la hizo sentir vértigos. Entonces el rey, empu?ó su maza, golpeando con ella a la gacela hasta hacerla caer desplo-mada. En seguida descabalgó, dego-llándola y desollándola, y colgó del arzón, de la silla los despojos. Hacía bastante calor, y aquel lugar era desierto, árido, y carecía de agua. El rey tenía sed y también el caba-llo. Y el rey se volvió y vio un árbol del cual brotaba agua como manteca. El rey llevaba la mano cubierta con un guante de piel; cogió el vasito del cuello del halcón, lo llenó de aquella agua, y lo colocó delante del ave, pero ésta dio con la pata al vaso y lo volcó. El rey cogió el vaso por segunda vez, lo llenó, y como seguía creyendo que el halcón tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dio con la pata por segunda vez y lo volcó. Y el rey se encolerizó, contra el hal-cón, y cogió por tercera vez el vaso, pero se la presentó al caballo, y el halcón derribó el vaso con el ala. Entonces dijo el rey: ?Alah te sepul-te, oh la más nefasta de las aves de mal agüero! No me has dejado beber, ni has bebido tú, ni has dejado que beba el caballo.” Y dio con su espada al halcón y le cortó las alas. Entonces el halcón, irguien-do la cabeza; le dijo por se?as. “Mira lo que hay en el árbol.” Y el rey levantó los ojos y vio en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su veneno. Entonces el rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón. Después se le-vantó, montó a caballo, se fue, lle-vándose la gacela, y llegó a su pala-cio. Le dio la gacela al cocinero, y le dijo: “Tómala y guísala.” Luego se sentó en su trono, sin soltar al halcón. Pero el halcón, tras una es-pecie de estertor, murió. El rey al ver esto, prorrumpió en gritos de dolor y de amargura por haber ma-tado al halcón que le había salvado de la muerte. |