La arrojé al Tigris, como he dicho, y como nadie me vio, pude volver a casa. Y encontré a mi hijo mayor llorando, y aunque estaba seguro de que ignoraba la muerte de su madre, le pregunté: “?Por qué lloras?” Y él me contestó: “Porque he cogido una de las manzanas que tenía mi madre, y al bajar a jugar con mis hermanos, en la calle, ha pasado un negro muy grande y me la quitó, diciendo: “?De dónde has sacado esta manzana?” Y le contesté: “Es de mi padre, que se fue y se la trajo a mi madre con otras dos, com-pradas por tres dinares en Bassra. Porque mi madre está enferma.” Y a pesar de ello, el negro no me la devolvió sino que me dio un golpe y se fue con ella. ?Y ahora tengo miedo de que la madre me pegue por lo de la manzana!”* e! S% D- I; {% ?* l# T" B1 i% `
Al oir estas palabras del ni?o, comprendí que el negro había men-tido respecto a la hija de mi tío, y por tanto, ?que yo había matado a mi esposa injustamente!+ S% |0 P5 A# r7 }* [' r
Entonces empecé a derramar abun-dantes lágrimas, y entró mi suegro, el venerable jeique que está aquí conmigo. Y le conté la triste histo-ria. Entonces se sentó a mi lado, y se puso a llorar. Y no cesamos de llorar juntos hasta media noche. E hicimos que duraran cinco días las ceremonias fúnebres. Y aun hoy seguimos lamentando esa muerte.
! P( o' O0 h3 {. ^6 c4 P0 v Así, pues, te conjuro ?oh Emir de los Creyentes! por la memoria sagrada de tus antepasados, a que apresures mi suplicio y vengues en mi persona aquella muerte.”
7 J; ^' z) e+ s4 g. V6 h7 w Entonces el califa, profundamente maravillado, exclamó: “?Por Alah que no he de matar más que a ese negro pérfido!...”( |# R8 I5 H, t- n+ c* I4 X
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la ma?ana, y se calló discretamente.
7 b; t- X' B% x PERO CUANDO LLEGó LA 19a. NOCHE
; ?9 n( P3 k, L. D/ [' c9 N Ella dijo:! o6 t' h, [) \' Q
He llegado a saber, ?oh rey afor-tunado! que el califa juró que no mataría mas que al negro, puesto que el joven tenía una disculpa. Después, volviéndose hacia Giafar, le dijo: “?Trae a mi presencia al pérfido negro que ha sido la causa de esta muerte! Y si no puedes dar con él, perecerás en su lugar.”
) G- H0 d) _: ^* @* z8 q Y Giafar salió llorando, y dicién-dose: “dónde lo podré hallar para traerlo a su presencia? Si es extraor-dinario que no se rompa' un cántaro al caer, no lo ha sido menos el que yo haya podido escapar de la muerte. Pero ?y ahora?... ?Indudablemente, él que me ha salvado la primera vez, me salvará, si quiere, la segun-da! Así, pues, me encerraré en mi casa los tres días del plazo. Porque ?para qué voy a emprender pesquisas inútiles? ?Confío en la voluntad del Altísimo!”
1 P* u( y9 Y( w" I) }- X4 q Y en efecto, Giafar no se movió de su casa en los tres días del plazo. Y al cuarto día mandó llamar al kadí, e hizo testamento ante él, y se despidió de sus hijos llorando. Después llegó el enviado del califa, para decirle que el sultán seguía dis-puesto a matarle si no parecía el negro. Y Giafar lloró más todavía, y sus hijos con él. Después quiso besar por última vez a la mas peque-?a de sus hijas, que era la preferida entre todas, y la apretó contra su pecho, derramando, muchas lágrimas por tener que separarse de ella. Pero al estrecharla contra él, notó algo redondo en el bolsillo de la ni?a, y le preguntó: “?Qué llevas ahí?” Y la ni?a contestó: “?Oh padre! una manzana. Me la ha dado nuestro negro Rihán. Hace cuatro días que la tengo. Pero para que me la diese tuve que pagar a Rihán dos dinares.”4 q2 r8 t5 `& t' V% }
Al oir las palabras ; “negro” y “manzana”, Giafar sintió un gran júbilo, y exclamó: “?Oh Libertador!” Y en seguida mandó llamar al negro Rihán. Y Rihán llegó, y Giafar le dijo: “?De dónde has sacado esta manzana',” Y contestó el negro: “?Oh mi se?or! hace cinco días que, andando por la ciudad, entré en una calleja, y vi jugar a unos ni?os, uno de los cuales tenía esa manzana en la mano. Se la quité y. le di un golpe, mientras el ni?o me decía llorando: “Es de mi madre, que está enferma. Se le antojó una manzana; y mi padre ha ido a buscarla a Basara, y esa y otras dos le han costado tres dinares de oro. Y yo he cogido esa para jugar.” Y siguió llorando. Pero yo, sin hacer, caso de sus lágrimas, vine con la manzana a casa, y se la he dado por dos dinares a mi ama más peque?a.” |