</p> Entonces el negro dio otro grito tan espantoso como el primero, y se presentó la vieja, que, ayudada por el negro, después de robar todo el dinero a mi hermano, lo cogió por los pies, lo arrastró por todas las habitaciones hasta llegar al patio, donde lo lanzó al fondo de un sub-terráneo, en el que acostumbraba a precipitar los cadáveres de todos aquellos a quienes con sus artificios había atraído a la casa para que sir-viesen a su joven se?ora.& Z) H2 E3 e B* B7 O" G+ s) \+ Y
El subterráneo en cuyo fondo habían arrojado a mi hermano El--Aschar era muy grande y obscurí-simo, y en él se amontonaban los cadáveres unos sobre otros. Allí pasó El-Aschar dos días enteros, imposi-bilitado de moverse por las heridas y la caída. Pero Alah (?alabado y glorificado sea!) quiso que mi her-mano pudiese salir de entre tanto cadáver y arrastrarse a lo largo del subterráneo, guiado por una escasa claridad que venía de lo alto. Y pudo llegar hasta el tragaluz, de don-de descendía aquella claridad, y una vez allí salir a la calle, fuera del subterráneo.' p& p& I& @4 @. o3 Q6 t2 A! b
Se apresuró entonces a regresar a su casa, a la cual fui a buscarle, y le cuidé con los remedios que sé extraer de las plantas. Y al cabo de algún tiempo, curado ya comple-tamente mi hermano, resolvió ven-garse de la vieja y de sus cómplices por los tormentos que le habían causado. Se puso a buscar a la vieja, siguió sus pasos, y se enteró bien del sitio a que solía acudir diaria-mente para atraer a los jóvenes que habían de satisfacer a su ama y convertirse después en lo que se convertían. Y un día se disfrazó de persa, se ci?ó un cinto muy abulta-do, escondió un alfanje bajo su holgado ropón, y fue a esperar la llegada de la vieja, que no tardó en aparecer. En seguida se aproxi-mó a ella, y fingiendo hablar mal nuestro idioma remedó el lenguaje bárbaro de los persas. Dijo: “?Oh buena madre! soy forastero, y qui-siera saber dónde podría pesar y reconocer unos novecientos dinares de oro que llevo en el cinturón, y que acabo de cobrar por la venta de unas mercaderías que traje de mi tierra.” Y la maldita vieja de mal agüero le respondió: “?Oh, no podías haber llegado más a tiempo! Mi hijo, que es un joven tan hermoso como tú, ejerce el oficio de cambista, y te prestará el pesillo que buscas. Ven conmigo, y te llevaré a su casa.” Y él contestó: '“Pues ve delante.” Y ella fue delante y él detrás, hasta que llegaron a la casa consabida. Y les abrió la misma esclava griega de agradable sonrisa, a la cual dijo la vieja en voz baja: “Esta vez le traigo a la se?ora músculos sólidos.”
! i* [0 x! ]9 P Y la esclava cogió a El-Aschar de la mano, y le llevó a la sala de las sedas, y estuvo con él entrete-niéndole algunos momentos; después avisó a su ama, que llegó e hizo con mi hermano lo mismo, que la primera vez. Pero sería ocioso repe-tirlo. Después se retiró, y de pronto apareció el negro terrible, con el alfanje desenvainado en la mano, y gritó a mi hermano que se levan-tara y lo siguiese. Y entonces, mi hermano, que iba detrás del negro, sacó de pronto el alfanje de debajo del ropón, y del primer tajo le cortó la cabeza.4 b9 I& b/ _* Y/ {: o2 }, Z
Al ruido de la caída acudió la negra, que sufrió la misma suerte; después la esclava griega, que al primer sablazo quedó también des-cabezada. Inmediatamente le tocó a la vieja, que llegó corriendo para echar mano al botín. Y al ver a mi hermano con el brazo cubierto de sangre y el acero en la mano, se cayó espantada en tierra, y El--Aschar la agarró del pelo y le dijo: ?No me conoces, vieja zorra, po-drida entre las podridas?” Y respon-dió la vieja: “?Oh mi se?or, no te conozco!”; Pero mi hermano dijo: “Pues sabe, que soy aquél en cuya casa fuiste a hacer las abluciones.” Y al decir esto, mi hermano par-tió en dos mitades a la vieja de un solo sablazo. Después fue a bus-car a la joven.
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% D3 O$ x6 G$ W: M! A No tardó en encontrarla, ocupada en componerse y perfumarse en un aposento retirado. Y cuando la joven le vio cubierto de sangre, dio un grito de terror, y se arrojó a sus pies, rogándole que le perdonase la vida. Y mi hermano, recordando los pla-ceres compartidos con ella, le otorgó generosamente la vida, y le pregun-tó: “?Y cómo es que estás en esta casa, bajo el dominio de ese negro horrible a quien he matado con mis manos?” La joven respondió: “?Oh due?o mio! antes de estar encerrada en esta maldita casa, era yo propie-dad de un rico mercader de la po-blación, y esta vieja solía venir a verme y nos manifestaba mucha amistad. Un día entre los días fue a su casa y me dijo: “Me han invi-tado a una gran boda, pues no habrá en el mundo otra parecida. Y vengo a llevarte conmigo.” Yo le contesté: “Escucho y obedezco.” Me puse mis mejores ropas, cogí un bolsillo con cien dinares y salí con la vieja. Llegamos a esta casa, en la cual me introdujo con su astucia, y caí en manos de ese negro atroz, que me sujetó aquí a la fuerza y me utilizó para sus criminales designios, a costa de la vida de los jóvenes que la vieja le proporcionaba. Y así he pasado tres a?os entre las ma-nos de esa vieja maldita.” Entonces mi hermano dijo: “Pero llevando aquí tanto tiempo, debes saber si esos criminales han amontonado ri-quezas.” Y ella contestó: “Hay tan-tas, que dudo mucho que tú solo pudieras llevártelas. Ven a verlo tú mismo.” |