</p> Y en seguida acudieron numero-sos servidores, que empezaron a ir y venir como si pusieran el mantel y lo cubriesen de numerosos platos llenos hasta los bordes. Y Schakalik aunque muy hambriento, pensó que los pobres deben respetar los capri-chos de los ricos, y se guardó mucho de demostrar impaciencia alguna. Entonces el jeique le dijo: “?Oh huésped! siéntate a mi lado, y apre-súrate a hacer honor a mi mesa.” Y mi hermano se sentó a su lado, junto al mantel imaginario, y el vie-jo empezó a fingir que tocaba a los platos y que se llevaba bocados a la boca, y movía las mandíbulas y los labios como si realmente mas-case algo. Y le decía a mi hermano: “?Oh huésped! mi casa es tu casa y mi mantel es tu mantel; no ten-gas cortedad y come lo que quieras, sin avergonzarte. Mira qué pan; cuán blanco y bien cocido. ?Cómo encuentras este pan?” Schakalik con-testó: “Este pan es blanquísimo y verdaderamente delicioso; en mi vida he probado otro que se le parezca.” El anciano dijo: “?Ya lo creo! La negra que lo amasa es una mujer muy hábil. La compré en quinien-tos dinares de oro. Pero ?oh hués-ped! prueba de esta fuente en que ves esa admirable pasta dorada de kebeba con manteca, cocida al hor-no. Cree que la cocinera no ha escatimado ni la carne bien macha-cada, ni el trigo mondado y partido, ni el cardamomo, ni la pimienta. Come, ?oh pobre hambriento! y di-me qué te parecen su sabor Y su perfume.” Y mi hermano respondió`. “Esta kebeba es deliciosa para mi paladar, y su perfume me dilata el pecho. Cuanto a la manera de guisarla, he de decirte que ni en los palacios de los reyes se come otra mejor.” Y hablando así, Schakalik empezó, a mover las quijadas, a mascar y a tragar como si lo hiciera realmente. Y el anciano dijo: “Así me gusta, ?oh huésped! Pero no creo que merezca tantas alabanzas, por-que entonces, ?qué dirás de ese pla-to que está a tu izquierda, de esos maravillosos pollos asados, rellenos de alfónsigos, almendras, arroz, pa-sas, pimienta, canela y carne picada de carnero? ?Qué te parece el humi-llo?” Mi hermano exclamó: “?Alah, Alahi ?Cuán delicioso es su humillo, qué sabrosos están y qué relleno tan admirable!” Y el anciano dijo: “En verdad eres muy indulgente y muy cortés, para mi cocina. Y con mis propios dedos quiero darte a probar ese plato incomparable.” Y el jeique hizo ademán de preparar un pedazo tomado de un plato que estuviese sobre el mantel, y acercándoselo a los labios a Schakalik, le dijo: “Ten y prueba este bocado; ?oh huésped! y dame tu opinión acerca de este plato de berenjenas rellenas que nadan en apetitosa salsa.” Mi hermano hizo como si alargase el cuello, abriese la boca y tragara el pedazo, y dijo cerrando los ojos de gusto: “?Por Alah! ?Cuán exquisito y cuán en su punto! Sólo en tu casa he probado tan excelentes berenjenas. Todo está preparado con el arte de dedos exper-tos: la carne de cordero picada, los garbanzos, los pi?ones, los granos de cardamomo, la nuez moscada, el clavo, el jengible, la pimienta y las hierbas aromáticas. Y tan bien hecho está, que se distingue el sabor de cada aroma.” El anciano dijo: “Por eso, ?oh mi huésped! espero de tu apetito y de tu excelente educación que te comerás las cuarenta y cuatro berenjenas rellenas que hay en ese plato.” Schakalik contestó: “Fácil ha de serme el hacerlo, pues están muy sabrosas y acarician mi paladar más deliciosamente que dedos de vír-genes.” Y mi hermano fingió coger cada berenjena una tras otra, ha-ciendo como si las comiese; y me-neando de gusto la cabeza y dando con la lengua grandes chasquidos. Y al pensar en estos platos se le exasperaba el hambre y se habría contentado con un poco de pan seco de habas o de maíz. Pero se guardó de decirlo.
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Y el anciano repuso: “?Oh hués-ped! tu lenguaje es el de un hombre bien educado, que sabe comer en compa?ía de los reyes y de los gran-des. Come, amigo, y que te sea sano y de deliciosa digestión. Y mi her-mano dijo: “Creo que ya he comido bastante de estas cosas.” Entonces el viejo volvió a palmotear, y dis-puso: “?Quitad este mantel y poned el de los postres! ?Vengan todos los dulces, la repostería y las frutas más escogidas!” Y los esclavos empeza-ron otra vez a ir y venir, y a mover las manos, y a levantar, los brazos por encima de la cabeza, y a cambiar un mantel por otro. Y después a una se?a del viejo, se retiraron. Y el anciano dijo a Schakalik: “Lle-gó, ?oh huésped! el momento de endulzarnos el paladar, Empecemos por los pasteles. ?No da gusto ver esa pasta fina, ligera, dorada y rellena de almendra, azúcar y granada, esa pasta de katayefs sublimes que hay en ese plato? ?Por vida mía! Prueba uno o dos para convencerte. ?Eh? ?Cuán en su punto está el almíbar! ?Qué bien salpicado está de canela! Se comería uno cincuenta sin har-tarse, pero hay que dejar sitio para la excelente kenafa que hay en esa bandeja de bronce cincelada. “Mira cuán hábil es mi repostera, y cómo ha sabido trenzar las madejas de pasta. Apresúrate a comerla antes de que se le vaya el jarabe y se des-migaje ?Es tan delicada! Y esa mahallabieh de agua de rosas, salpi-cada con alfónsigos pulverizados; y esos tazones llenos de natillas aroma-tizadas con agua de azahar. ?Come, huésped, métele mano sin cortedad! ?Así! ?Muy bien!” Y el viejo daba ejemplo a mi hermano, y se llevaba la mano a la boca con glotonería, y fingía que tragaba como si fuese de veras, y mi hermano le imitaba admirablemente, a pesar de que el hambre le hacía la boca agua. |