</p> Cuando la madre de Aladino hubo oído estas palabras del mercader de aceite, no quiso saber más, y enlo-quecida y desolada echó a correr por los zocos, olvidándose de sus com-pras a los mercaderes, y llegó a su casa, adonde entró, y se desplomó sin aliento en el diván, permanecien-do allí un instante sin poder pro-nunciar una palabra. Y cuando pudo hablar, dijo a Aladino, que había acudido: “?Ah! ?hijo mío, el Des-tino ha vuelto contra ti la página fatal de su libro, y he aquí que todo está perdido, y que la dicha hacia la cual te encaminabas se desvaneció antes de realizarse!” Y Aladino, muy alarmado del estado en que veía a su madre y de las palabras que oía, le preguntó: “?Pero qué ha sucedido de fatal, ?oh madre!? ?Dímelo pron-to!” Ella dijo: “?Ay! ?hijo mío, el sultán se olvidó de la promesa que nos hizo! ?Y hoy precisamente casa a su hija Badrú’l-Budur con el hijo del gran visir, de ese rostro de brea, de ese calamitoso a quien yo temía tanto! ?Y toda la ciudad está ador-nada, como en las fiestas mayores, para la boda de esta noche!” Y al escuchar esta noticia, Aladino sintió que la fiebre le invadía el cerebro y hacía bullir su sangre a borbotones precipitados. Y se quedó un momen-to pasmado y confuso, como si fuera a caerse. Pero no tardó en domi-narse, acordándose de la lámpara maravillosa que poseía, y que le iba a ser más útil que nunca. Y se encaró a su madre, y le dijo con acento muy tranquilo: “?Por tu vida; ?oh madre! se me antoja que el hijo del visir no disfrutará esta noche de todas las delicias que se promete gozar en lugar mío! No temas, pues, por eso, y sin más dilación, levan-tate y prepáranos la comida. ?Y ya veremos después lo que tenemos que hacer con asistencia del Altísimo!” E e: y* @' y" ]! h% p
Se levantó, pues, la madre de Ala-dino y preparó la comida, comiendo Aladino con mucho apetito para retirarse a su habitación inmediata-mente, diciendo: “?Deseo estar solo y que no se me importune!” Y cerró tras de sí la puerta con llave, y sacó la lámpara mágica del lugar en que la tenía, escondida. Y la cogió y la frotó en el sitio que conocía ya. Y en el mismo momento se le apareció el efrit esclavo de la lámpara, y dijo: ?Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ?Qué quieres? Habla. ?Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro! Y Aladino le di-jo: “?Escúchame bien, ?oh servidor de la lámpara! -pues ahora ya no se trata de traerme de comer y de he-ber, sino de servirme en un asunto de mucha más importancia! Has de saber, en efecto que el sultán me ha prometido en matrimonio su mara-villosa hija Badrú'l-Budur, tras de haber recibido de mí un presente de frutas de pedrería. Y me ha pe-dido un plazo de tres meses para la celebración de las bodas. ?Y ahora se olvidó de su promesa, y sin pen-sar en devolverme mi regalo, casa a su hija con el hijo del gran visir! ?Y como no quiero que sucedan así las cosas, acudo a ti para que me auxilies en la realización de mi pro-yecto!” Y contestó el efrit: “Habla, ?oh mi amo Aladino! ?Y no tienes necesidad de darme tantas explica-ciones! ?Ordena y obedeceré!” Y contestó Aladino: “?Pues esta noche, en cuanto los recién casados se acues-ten en su lecho nupcial, y antes de que ni siquiera tengan tiempo de tocarse, los cogerás con lecho y todo y los transportarás aquí mismo, en donde ya veré lo que tengo que hacer!” Y el efrit de la lámpara se llevó la mano a la frente, y contestó: “?Escuco y obedezco!'; Y desapa-reció. Y Aladino fue en busca, de su madre y se sentó junto a ella y se puso a hablar con tranquilidad de unas cosas y de otras, sin preocu-parse del matrimonio de la princesa, como si no hubiese ocurrido nada de aquello. Y cuando llegó la noche dejó que se acostara su madre, y volvió a su habitación, en donde se encerró de nuevo con llave, y esperó el regreso del efrit. ?Y he aquí lo referente a él!
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?He aquí ahora lo que ata?e a las bodas del hijo del gran visir! Cuando tuvieron fin la fiesta y los festines y las ceremonias y las recepciones y los regocijos, el recién casado, pre-cedido por el jefe de los eunucos, penetró en la cámara nupcial. Y el jefe de los eunucos se apresuró a re-tirarse y a cerrar la puerta detrás de sí. Y el recién casado, después de-desnudarse, levantó las cortinas y se acostó en el lecho para esperar allí la llegada de la princesa. No tardó en hacer su entrada ella, acompa-?ada de su madre y las mujeres de su séquito, que la desnudaron, la pusieron una sencilla camisa de seda y destrenzaran su cabellera. Luego la metieron ea el lecho a la fuerza, mientras ella fingía hacer mucha resistencia y daba vueltas en todos sentidos para escapar de sus manos, como suelen hacer en semejantes circunstancias las recién casadas. Y cuando la metieron en el lecho, sin mirar al hijo del visir que estaba ya acostado, se retiraron todas juntas, haciendo votos por la consumación del acto. Y la madre, que salió la última, cerró la puerta de la habita-ción, lanzando un gran suspiro, como es costumbre. |