</p> Me había hecho amigo del rey, y un día que fui a verle, según era mi costumbre, se encaró conmigo, y me dijo: “?Ya sabes, Sindbad, que te quiero mucho! En mi palacio lle-gaste a ser como de mi familia, Y no puedo pasarme sin ti ni sopor-tar la idea de que venga un día en que nos dejes. ?Deseo, pues, pedirte una cosa sin que me la rehu-ses!” Contesté: “?Ordena, ?oh rey! ?Tu poder sobre mi lo consolidaron tus beneficios y la gratitud que te debo por todo el bien que de ti re-cibí desde mi llegada a este reino!” Contestó él: “Deseo casarte entre nosotros con una mujer bella bonita, perfecta, rica en oro y en cualida-des, con el fin de que ella te decida a permanecer siempre en nuestra ciudad y en mi palacio. ?Espero, pues, de ti, que no rechaces mi ofre-cimiento y mis palabras!”
3 J2 p% Y/ [0 n/ G4 t# I) D' t Al oír aquel discurso quedé con-fundido, bajé la cabeza y no pude responder de tanta timidez que me embargaba. De manera que el rey me preguntó: “?Por qué no me con-testas, hijo mío?” Yo repliqué: “?Oh rey del tiempo, tus deseos son los míos y en mí tienes un esclavo!- Al punto envió él a buscar al kadí y a los testigos, y acto seguido dióme por esposa a una mujer noble de alto rango, poderosamente rica, due?a de propiedades edificadas y de tierras, y dotada de gran belleza. Al propio tiempo, me hizo el regalo de un pa-lacio completamente amueblado, con sus esclavos de ambos sexos y un tren de casa verdaderamente regio.) w. l( D0 G5 n j% f
Desde entonces viví en medio de una tranquilidad perfecta y llegué al límite del desahogo y el bienestar. Y de antemano me regocijaba, la idea de poder un día escaparme de aquella ciudad y volver a Bagdad con mi esposa, porque la amaba mu-cho, y ella también me amaba, y nos llevábamos muy bien. Pero cuan-do el Destino dispone algo, ningún poder humano logra torcer su curso. ?Y qué criatura puede conocer el porvenir? Aun había yo de comprobar una vez más ?ay! que todos nuestros proyectos son juegos infan-tiles ante los designios del Destino.
! n2 m% r$ t! U: _: @ Un día, por orden de Alah, murió la esposa de mi vecino. Como el tal vecino era amigo mío, fui a verle y traté de consolarle, diciéndole: “?No te aflijas más de lo permitido, ?oh vecino mío! ?Pronto te indemni-zará Alah, dándote una esposa mas bendita todavía! ?Prolongue Alah tus días!” Pero mi vecino, asombrado de mis palabras, levantó la cabeza y me dijo: ?Cómo puedes desearme larga vida cuando bien sabes que sólo tengo ya una, hora de vivir7' Entonces me asombré a mi vez y le dije: “?Por qué hablas así, vecino mío, y a qué vienen semejantes pre-sentimientos? ?Gracias a Alah, eres robusto y nada te amenaza! ?Preten-des, pues, matarte por tu propia mano?” Contestó: “?Ah! Bien veo ahora tu ignorancia acerca de los usos de nuestro país. Sabe, pues, que la costumbre quiere que todo marido vivo sea enterrado vivo con su mu-jer cuando ella muere, y que toda mujer viva sea enterrada viva con su marido cuando muere él. ?Es cosa inviolable! ?Y en seguida debo ser enterrado vivo ya con mi mujer muerta! ?Aquí ha de cumplir tal ley, establecida por los antepasados, todo el mundo, incluso el rey!”% k" ^" [8 ?6 c; o Z9 S2 T! Y
Al escuchar aquellas palabras, ex-clamé: “?Por Alah, qué costumbre tan detestable! ?Jamás podré confor-marme con ella!”
/ t) |. Q j: B/ U1 N( ] i' \ Mientras hablábamos en estos tér-minos, entraron los parientes y ami-gos de mi vecino y se dedicaron, en efecto, a consolarle por su propia muerte y la de su mujer. Tras de lo cual, se procedió a los funerales. Pusieron en un ataúd descubierto el cuerpo de la mujer, después de re-vestirla con los trajes más hermosos y adornarla, con las más precio-sas joyas. Luego se formó el acom-pa?amiento; el marido iba a la ca-beza detrás del ataúd, y todo el mundo, incluso yo, se dirigió al sitio del entierro.( l3 `: M/ A r7 @% _, Q
_8 q. \. x: Z7 r* h' u" A4 C Salimos de la ciudad, llegando a una monta?a que daba sobre el mar. En cierto paraje vi una especie de pozo inmenso, cuya tapa de piedra levantaron en seguida. Bajaron por allá el ataúd donde yacía la mujer muerta adornada con sus alhajas; luego se apoderaron de mi vecino, que no opuso ninguna resistencia; por medio de una cuerda le bajaron hasta el fondo del pozo, proveyéndo-le de un cántaro con agua y siete panes. Hecho lo cual, taparon el brocal del pozo con las piedras gran-des que lo cubrían, y nos volvimos por donde habíamos ido. |