El mandadero fue el primero que se adelantó y dijo: “?Oh se?ora mía! Yo soy sencillamente un mandadero, y nada más. Vuestra hermana me hizo cargar con muchas cosas y venir aquí. Me ha ocurrido con vosotras lo que sabéis muy bien, y no he de repetirlo ahora, por razones que se os alcanzan. Y tal es toda mi historia. Y nada podré a?adir a ella, sino que os deseo la paz.”$ X- {. ~/ P' h, g' s$ v' h
Entonces la joven le dijo: “?Vaya! llévate la mano a la cabeza, para ver si está todavía en su sitio, arré-glate el pelo, y márchate:` Pero re-plicó el mozo: “?Oh! ?No, por Alah! No me he de ir hasta que oiga el relato de mis compa?eros.”
9 ?. ~' p3 \ A, J. d Entonces el primer saaluk entre los saalik, avanzó para contar su his-toria, y dijo: _! }- g# \+ M
HISTORIA DEL PRIMER SAALUK
8 L0 Z0 x X A( A, ^% `5 g5 T/ X5 a, w “Voy a contarte, ?oh mi se?ora! el motivo de que me afeitara las barbas y de haber perdido un ojo.
5 e& f6 a0 I0 N1 y1 W4 U. b* s6 _ Sabe, pues, que mi padre era rey. Tenía un hermano, y ese hermano era rey en otra ciudad. Y ocurrió la coincidencia de que el mismo día que mi madre me parió nació también mi primo.
, ]3 j5 \4 O) o5 v0 p2 n9 t, C Después pasaron los a?os, y des-pués de los a?os y los días, mi primo y yo crecimos. He de decirte que, con intervalos de algunos a?os, iba a visitar a mi tío y a pasar con él algu-nos meses. La última vez que le visité me dispensó mi primo una acogida de las más amplias y más generosas, y mandó degollar varios carneros en mi honor y clarificar numerosos vinos. Luego empezamos a beber, hasta que el vino pudo más que nosotros. Entonces mi primo me dijo: “?Oh primo mío Ya sabes que te quiero extremadamente, y te he de pedir una cosa importante. No qui-siera que me la negases ni que me impidieses hacer lo que he resuelto.” Y yo le contesté: “Así sea, con toda la simpatía y generosidad de mi cora-zón.” Y para fiar más en mí, me hizo prestar el más sagrado de los jura-mentos, haciéndome jurar sobre el Libro Noble. Y en seguida se levantó, se ausentó unos instantes, y después volvió con una mujer ricamente ves-tida y perfumada, con un atavío tan fastuoso, que suponía una gran rique-za. Y volviéndose hacia mí, con la mujer detrás de él, me dijo: “Toma esta mujer y acompá?ala al sitio que voy a indicarte.” Y me se?aló el sitío, explicándolo tan detalladamen-te que lo comprendí muy bien. Lue-go a?adió: “Allí encontrarás una tumba entre las otras tumbas, y en ella me aguardarás.” Yo no me pude negar a ello, porque había jurado con la mano derecha. Y cogí a la mujer, y marchamos al sitio que me había indicado, y nos sentamos allí para esperar a mi primo, que no tar-dó en presentarse, llevando una vasija llena de agua; un saco con yeso y una piqueta. Y lo dejó todo, en el suelo, conservando en la mano nada más que la piqueta, y marchó hacia la tumba, quitó una por una las piedras y las puso aparte. Después cavó con la piqueta hasta descubrir una gran losa. La levantó, y apa-reció una escalera abovedada. Se volvió entonces hacia la mujer, y le dijo: “Ahora puedes elegir.” Y la mujer bajó en seguida la escalera y desapareció. Entonces él se volvió hacia mí y me dijo: “?Oh primo mío! te ruego que acabes de comple-tar este favor, y que, cuando haya bajado, eches la losa y la cubras con tierra, como estaba. Y así completa-rás este favor que me has hecho. En cuanto al yeso que hay en el saco y en cuanto al agua de la vasija, los mezclarás bien y después pondrás las piedras como antes, y con la mez-cla llenarás las junturas de modo que nadie, pueda adivinar que es obra reciente. Porque hace un a?o que estoy haciendo este trabajo, y sólo Alah lo sabe.” Y luego a?adió: “Y ahora ruega a Alah que no me abru-me de tristeza por estar lejos de ti, primo mío.” En seguida bajó la esca-lera, y desapareció en la tumba. Cuando hubo desaparecido de mi vis-ta, me levanté, volví a poner la losa, e hice, todo lo demás que me había mandado, de modo que la tumba quedó como antes estaba.
. z7 G' Z0 X2 ~3 ~8 P Regresé al palacio, pero mi tío se haba ido de caza, y entonces decidí acostarme aquella noche. Después, cuando vino la manana, comencé a reflexionar sobre todas las cosas de la noche anterior, y singularmente sobre lo que me había ocurrido con mi primo, y me arrepentí de cuánto había hecho. ?Pero con el arrepentí-miento no remediaba nada! Entonces volví hacia las tumbas y busqué, sin poder encontrarla, aquella en que se había encerrado mi primo. Y seguí buscando hasta cerca del anochecer, sin hallar ningún rastro. Regresé entonces al palacio y no podía beber, ni comer, ni apartar el recuerdo de lo que me había ocurrido con mi primo, sin poder descubrir qué era de él. Y me afligí con una aflicción tan considerable, que toda la noche la pasé muy apenado hasta la ma?ana. Marché en seguida otra vez al cemen-terio, y volví a buscar la tumba entre todas las demás, pero sin ningún resultado. Y continué mis pesquisas durante siete días más, sin encontrar el verdadero camino. Por lo cual aumentaron de tal modo mis temo-res, que creí volverme loco. |