Al ver aquello, ?oh se?ora mía! empecé a golpearme, y a gritar, y a gemir, y me desgarré las zopas, arro-jándome desesperado al suelo. Pero mi amigo muerto estaba, cumplién-dose el Destino para que no mintie-ran las predicciones de los astrólogos. Alcé los ojos y las manos hacia el Altísimo, y repuse: “?Oh, se?or del universo! Si he cometido un crimen, dispuesto estoy a que me castigue tu justicia.” En este momento sentía-me animoso ante la muerte. Pero ?oh se?ora mía! nuestros anhelos nunca se satisfacen ni para el bien ni para el mal.
3 M! U; z( e. T( [5 Z3 L4 d9 @ Entonces, no siéndome posible soportar la estancia en aquel sitio, y además, como sabía que el joyero no tardaría en comparecer, subí la escalera, salí y cerré la trampa, cubriéndola de tierra, como estaba antes.! e; r$ d/ M0 Y, |1 z
Cuando me vi fuera, me dije: “Voy a observar ahora lo que ocurra; pero ocultándome, porque si no, los esclavos me matarían con la peor muerte.” Y entonces me subí a un árbol copudo que estaba cerca de la trampa, y allí quedó en acecho. Una hora más tarde apareció la barca con el anciano y los esclavos. Desem-barcaron todos, llegaron apresurada-mente junto al árbol, y al advertir la tierra recientemente removida, atemorizáronse, quedando abatidísi-mo el viejo. Los esclavos cavaron apresuradamente, y levantando la trampa, bajaron con el pobre padre. éste empezó a llamar a gritos a su hijo, sin que el muchacho respon-diera, y le buscaron por todas partes; hallándolo por fin tendido en el lecho con el corazón atravesado.+ D; G: d# c. C i7 Z
Al verle, sintió el anciano que se le partía el alma, y cayó desmayado. Los esclavos, mientras tanto, se lamentaban y afligían; después subie-ron en hombros al joyero. Sepultaron el cadáver del joven envuelto en un sudario, transportaron al padre den-tro de la barca, con todas las riquezas y provisiones que quedaban aún, y desaparecieron en la lejanía sobre el mar.1 e* K0 d$ D$ V) v
Entonces, apenadísimo, bajé del árbol, medité en aquella desgracia, lloré mucho, y anduve desolado todo el día y toda la noche. De repente noté que iba menguando el agua, quedando seco el espacio entre la isla y la tierra firme de enfrente. Di gracias a Alah, que quería librarme de seguir en aquel paraje mal-dito, y empecé a caminar por la arena invocando su santo nombre. Llegó en esto la hora de ponerse el sol. Vi de pronto aparecer muy a lo lejos como una gran hoguera, y me dirigí hacia aquel sitio, sospe-chando que estarían cociendo algún carnero; pero al acercarme advertí que lo que hube tomado, por hoguera era un vasto palacio de cobre que se diría incendiado por el sol poniente.
0 t4 Z1 z3 L% c( p6 f4 V Llegué hasta el límite del asombro ante aquel palacio magnífico, todo de cobre. Y estaba admirando su sólida construcción, cuando súbita-mente vi salir por la puerta principal diez jóvenes de buena estatura, y cuyas caras eran una alabanza al Creador por haberlas hecho tan hermosas. Pero aquellos diez jóvenes eran todos tuertos del ojo izquierdo, y sólo no lo era un anciano alto y venerable, que hacía el número once.
n* ^2 q3 V H- v0 y2 n' E! P' o Al verlos exclamé; “?Por Alah, que es extra?a coincidencia! ?Cómo estarán juntos diez tuertos, y del ojo izquierdo precisamente?” Mientras yo me absorbía en estas reflexiones, los diez jóvenes se acercaron, y me dijeron: “?La paz sea contigo!” Y yo les devolví el saludo de paz, y hube de referirles mi historia, desde el principio hasta el fin, que no creo necesario repetirte, ?oh se?ora mía!
4 Z: N8 A3 ^- w3 P2 z2 h. X Al oirla, llegaron aquellos jóvenes al colmo de la admiración, y me dijeron: “?Oh se?or! Entra en esta morada, donde serás bien acogido. Entré con ellos, y atravesamos mu-chas salas revestidas con telas de raso. En el centro de la última, que era la más hermosa y espaciosa de todas, había diez lechos magníficos formados con alfombras y colchones, y entre aquéllos otra alfombra, pero sin colchón, y tan rica como las demás. Y el anciano se sentó en ésta, y cada uno de los diez jóvenes en la suya, y me dijeron: “?Oh se?or! Siéntate en el testero de la sala, y no nos preguntes acerca de lo que aquí veas.”
/ n$ |1 F5 ~2 P) }* L$ a! z A los pocos momentos se levantó el viejo, salió y volvió varias veces, llevando manjares y bebidas, de lo cual comimos y bebimos todos.0 s: U' Q5 W* F2 t7 R/ b
Después recogió las sobras el anciano, y se sentó de nuevo. Y los jóvenes le preguntaron: “?Cómo te sientas sin traernos lo necesario para cumplir nuestros deberes?” Y el an-ciano, sin replicar palabra, se levantó y salió diez veces, trayendo cada vez sobre la cabeza una palangana cu-bierta con un pa?o de raso y en la mano un farol, que fue colocando delante de cada joven. Y a mí no me dio nada, lo cual hubo de contra-riarme. |