Entonces Nureddin se alejó, muy apenado por está escena, y se fue a dormir solo, con sus tristes pensa-mientos.4 o+ L$ O$ H5 v. O% K- H# f
A la ma?ana siguiente salió de viaje el sultán, acompa?ado del visir Chamseddin, y se dirigió hacia la ribera del Nilo, lo atravesó en hacia para llegar a Guesirah, y desde allí hasta las Pirámides.
! U) ]$ f) @3 ? En cuanto a Nureddin, después de haber pasado aquella noche con-trariadísimo por el modo de proceder de su llermano, se levantó casi al amanecer, hizo sus abluciones, dijo la primera oración matinal, y des-pués se dirigió a su armario, del cual sacó una alforja, y la llenó de oro, pensando siempre en las pala-bras despectivas de Chamseddin y en la humillación sufrida. Y enton-ces recitó estas estrofas:
3 m* G! X0 d6 d+ e+ T ?Marcha, amigo mío! ?Abandónalo todo, y marcha! ?Otros amigos encon-trarás en vez de los que dejas! ?Mar-cha! ?Deja la ciudad y arma tu tienda de campa?a! ?Y vive en ella! ?Allí, y nada más que allí, encontrarás las delicias de la vida!
( V* Q; a9 ~- |7 } ?En las moradas civilizadas y esta-bles, no hay fervor ni hay amistad! ?Créeme! ?Huye de tu patria! ?Arrán-cate del suelo de tu patria! ?Intérnate en países extranjeros!/ m, B/ |$ ]( q# ^ U
?Escucha! ?He comprobado que el agua que se estanca se corrompe; podría librarse de su podredumbre corriendo nuevamente! ?Pero de otro modo es incurable!$ E0 y6 \3 d7 a$ O* p
?He observado también la luna llena, y pude averiguar el número de sus ojos, de sus ojos de luz! ?Pero si no hubiese seguido sus revoluciones en el espacio, no habría podido conocer los ojos de cada cuarto de luna, los ojos que me miraban!* U/ ^1 }+ ]! ^% o: g
?Y el león? ?Sería posible cazar al león si no hubiese salido del espeso bosque?... ?Y la flecha? ?Mataría la flecha si no escapara violentamente del arco tenso?
# m0 w* ^9 ?8 g- V- k! M' u$ _ ?Y el oro y la plata? ?No serían polvo vil si no hubiesen salido de sus yacimientos? ?Y el armonioso laúd? ?Ya sabes! ?Sólo sería un pedazo de le?o si el obrero no lo arrancase de la tierra para darle forma!
2 ]5 k/ V5 D6 O+ Y z: E ?Expátriate y alcanzarás las cumbres! ?Si permaneces adherido a tu suelo, jamás escalarás la altura!
7 W! U, Q9 @9 Y% S' c Cuando acabó de recitar estos ver-sos, mandó a uno de sus esclavos que le ensillase una mula torda, poderosa y rápida para la marcha. Y el esclavo preparó la mejor de todas las mulas, le puso una silla guarnecida de brocado y de oro, con estribos indios y una gualdrapa de terciopelo de Ispahán. Y lo hizo tan bien, que la mula parecía una recién casada con su traje nuevo y brillante. Después todavía dispuso Nureddin que le echasen encima de todo un tapiz grande de seda y otro más peque?o, de raso, terminado lo cual, colocó entre los dos tapices la alforja llena de oro y de alhajas.
6 [) I3 x! w2 s" E- Y5 u; { En seguida dijo a este esclavo y a todos los demás: “Me voy a dar una vuelta por fuera de la ciudad, hacia la parte de Kaliaubia, donde pienso pasar tres noches. Siento una opresión en el pecho, y voy a dilatar mis pulmones respirando el aire li-bre. Pero prohibo a todo el mundo que me siga.”
; p% j) }. N8 ^2 a0 B Y provisto de víveres para el cami-no, montó en la mula y se alejó rápidamente. No bien salió del Cairo, anduvo tan ligero, que al mediodía llegó a Belbeis, donde se detuvo. Bajó de la mula para descansar y dejarla descansar, comió algo, com-pró en Belbeis cuanto podía necesi-tar para él y para la mula, y reanudó el viaje. Dos días después, precisa-mente al mediodía, merced al paso de su mula, entró en Jerusalén, la ciudad santa. Allí se apeó de la mula, descansó y la dejó reposar, extrajo del saco algo de comida, y después de alimentarse colocó el saco en el suelo para que le sirviese de almoha-da, luego de haber extendido el tapiz grande de seda, se durmió, pen-sando siempre con indignación en la conducta de su hermano.
+ a! {4 ^* D8 c: F' U+ n" j Al otro día, al amanecer, montó de nuevo y no dejó de caminar a buen paso, hasta llegar a la ciudad de Alepo. Allí se hospedó en uno de los khanes de la ciudad y dejó trans-currir tranquilamente tres días, des-cansando y dejando descansar a la mula, y cuando hubo respirado bien el aire puro de Alepo, pensó en continuar el viaje. Y al efecto, montó otra vez en la mula, después de haber comprado los maravillosos dulces que se hacen en Alepo, relle-nos de pi?ones y almendras, cubier-tos de azúcar, y que le gustaban mu-cho desde la ni?ez. |