</p> ?Oh alma mía! ?por qué te sumerges en lo absurdo hasta enfermar? ?Por qué te preocupas con aquello que te acareará la pena y la zozobra?
% e j' h$ s4 @9 @# P8 o7 n ?No temes al fuego, puesto que vas a sentarte en él? ?No sabes que quien se acerca al fuego se expone a abra-sarse.
5 x, b+ U$ {7 S7 |4 F# l: u5 p( I Entonces su marido le dijo: “No sé, en verdad, qué hacer.” Y la mujer respondió: “Levántate, que entre los dos lo llevaremos, tapándole con una colcha de seda, y lo sacaremos ahora mismo de, aquí, yendo tú detrás y yo delante. Y por todo el camino irás diciendo en alta voz: “?Es mi hijo, y ésta es su madre! Vamos buscando a un médico que lo cure. ?En dónde hay un médico?”! \& k7 q: Y) M/ V& o
Al oír el sastre estas palabras se levantó, cogió al jorobado en brazos, y salió de la casa en seguimiento de su esposa. Y la mujer empezó a clamar: “?Oh mi pobre hijo! ?Podre-mos verte sano y salvo? ?Dime! ?Sufres mucho? ?Oh maldita viruela! ?En qué parte del cuerpo te ha brotado la erupción?” Y al oírlos, decían los transeúntes: “Son un pa-dre y una madre que llevan a un ni?o enfermo de viruelas.” Y se apresuraban a alejarse.# t# v7 \% q Z/ w( B
Y así siguieron andando el sastre y su mujer, preguntando por la casa de un médico, hasta que los llevaron a la de un médico judío. Llamaron entonces, y en seguida bajó una ne-gra, abrió la puerta, y vio a aquel hombre que llevaba un ni?o en bra-zos, y a la madre que lo acompa?a-ba. Y ésta le dijo: “Traemos un ni?o para que lo vea el médico. Toma este dinero, un cuarto de di-nar, y dáselo adelantado a tu amo, rogándole que baje a ver al ni?o, porque está muy enfermo.”
" \! S' D8 i0 |, i0 a; I) ]7 t Volvió a subir entonces la criada, y en seguida la mujer del sastre traspuso el umbral de la casa, hizo entrar a su marido, y le dijo: “Deja en seguida ahí el cadáver del joro-bado. Y vámonos a escape.” Y el sastre soltó el cadáver del jorobado, dejándolo arrimado al muro, sobre un pelda?o de la escalera, y se apre-suró a marcharse, seguido por su mujer.
& H! O, v& j# `8 p7 P9 i En cuanto a la negra, entró en casa de su amo el médico judío, y le dijo: “Ahí abajo queda un enfer-mo, acompa?ado de un hombre y una mujer, que me han dado para ti este cuarto de dinar para que recetes algo que le alivie. Y cuando el médico judío vio el cuarto de dinar, se alegró mucho y se apresuró a levantarse; pero con la prisa no se acordó de coger una luz para bajar. Y por esto tropezó con el jorobado, derribándole. Y muy asustado, al ver rodar a un hombre, le examinó en seguida,. y al comprobar que estaba muerto, se creyó causante de su muerte. Y gritó entonces: “?Oh Se?or! ?Oh Alah justiciero! Por las diez palabras santas!” Y siguió invo-cando a Harún, a Yuschah, hijo de Nun, y a los demás. Y dijo: “He aquí que acabo de tropezar con este enfermo, y le he tirado rodando por la escalera. Pero ?cómo salgo yo ahora de casa con un cadáver?” De todos modos, acabó por cogerlo y llevarlo desde el patio a su habita-ción, donde lo mostró a su mujer, contando todo lo ocurrido. Y ella exclamó aterrorizada: “?No, aquí no lo podemos tener! ?Sácalo de casa cuanto antes! Como continúe con nosotros hasta la salida del sol, esta-mos perdidos sin remedio. Vamos a llevarlo entre los dos a la azotea y desde allí lo echaremos a la casa de nuestro vecino el musulmán. Ya sabes que nuestro vecino es el inten-dente proveedor de la cocina del rey, y su casa está infestada de ratas, perros y gatos, que bajan por la azotea para comerse las provisiones de aceite, manteca y harina. Por tanto, esos bichos no dejarán de co-merse este cadáver, y lo harán des-aparecer.”
9 G. }( \' {4 @7 ?8 y Entonces el médico judío y su mujer cogieron al jorobado y lo llevaron a la azotea, y desde allí lo hicieron descender pausadamente hasta la casa del mayordomo, dejan-dolo de pie contra la pared de la cocina. Después se, alejaron, descen-diendo a su casa tranquilamente.
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Pero haría pocos momentos que el jorobado se hallaba arrimado con-tra la pared, cuando el intendente, que estaba ausente, regresó a su casa, abrió la puerta, encendió una vela, y entró. Y encontró a un hijo de Adán de pie en un rincón: junto a la pared de la cocina. Y el intenden-te, sorprendidísimo, exclamó: “?Qué es eso? ?Por Alah! He aquí, que el ladrón que acostumbraba a robar mis provisiones no era un bicho, sino un ser humano. Este es el que me roba la carne y la manteca, a pesar de que las guardo cuidadosa-mente por temor a los gatos y a los perros. Bien inútil habría sido matar a todos los perros y gatos del barrio, como pensé hacer puesto que este individuo es el que bajaba por la azotea.” Y en seguida agarró el inten-dente una enorme estaca,, yéndose para el hombre, y le dio de garro-tazos, y aunque le vio caer, le siguió apaleando. Pero como el, hombre no se movía, el intendente advirtió que estaba muerto, y entonces dijo desolado: “?Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder!” Y después a?adió: “?Maldi-tas sean la manteca y la carne, y maldita esta noche! Se necesita tener toda la mala suerte que yo tengo para haber matado así a este hom-bre. Y no sé qué hacer con él.” Después lo miró con mayor atención, comprobando que era jorobado. Y le dijo: “?No te basta con ser joro-beta? ?Querías también ser ladrón y robarme la carne y la manteca de mis provisiones? ?Oh Dios protector, ampárame con el velo de tu poder!” Y como la noche se acababa, el intendente se echó a cuestas al joro-bado, salió de su casa anduvo cargado con él, hasta que llegó a la entrada del zoco. Paróse entonces, colocó de pie al jorobado junto a una tienda, en la esquina de una bocacalle, y se fue. |