</p> Al cuarto día, me dediqué, como de costumbre, a repararlo todo, con la largueza de siempre, y aún más todavía, por tener que recibir a una persona extra?a. Y apenas puesto el sol, vi llegar a mi amiga acom-pa?ada por otra joven que venía envuelta en un velo muy grande. Entraron y se sentaron. Y yo, lleno de alegría; me levanté, encendí los candelabros y me puse enteramente a su disposición. Ellas se quitaron entonces sus velos, y pude contem-plar a la otra joven. ?Alah, Alah! Parecía la luna llena. Me apresuré a servirlas, y les presenté las bande-jas repletas de manjares y bebidas, y empezaron a comer y beber. Y yo, entretanto, besaba a la joven desco-nocida, y le llenaba la copa y bebía con ella. Pero esto acabó por encen-der los celos de la otra, que supo disimularlos, y hasta me dijo: “?Por Alah! ?Cuán deliciosa es esa joven! ?No te parece más hermosa que yo?” Y yo respondí ingenuamente: “Es verdad; razón tienes.” Y ella dijo: “Pues llévatela. Así me complace-ras.” Yo respondí: “Respeto tus ór-denes y las pongo sobre mi cabeza y mis ojos.” Me tendí junto a mi nueva amiga. Pero he aquí que al despertarme me encontré la mano llena de sangre, y vi que no era sue-?o, sino realidad. Como ya era de día claro, quise despertar a mi com-pa?era, dormida aún, y le toqué li-geramente la cabeza. Y la cabeza se separó inmediatamente del cuerpo y cayó al suelo." R: _# o7 y5 Y: |
En cuanto a mi primera amiga, no había de ella ni rastro ni olor. Sin saber qué hacer, estuve una hora recapacitando, y por fin me decidí a levantarme, para abrir una huesa en aquella misma sala. Levan-té las losas de mármol, empecé a cavar, e hice una hoya lo bastante grande para que cupiese el cadáver, y lo enterré inmediatamente. Cegué luego el agujero y puse las losas lo mismo que antes estaban.
# I0 P6 e; P5 b! M/ C/ u8 k; s# k Hecho esto fui a vestirme, cogí el dinero que me quedaba, salí en bus-ca del amo de la casa, y pagándole el importe de otro a?o de alquiler, le dije: “Tengo que ir a Egipto, donde mis tíos me esperan.” Y me fui, precediendo mi cabeza a mis pies.$ [6 M( y3 P$ J# l1 ]! o
Al llegar al Cairo encontré a mis tíos, que se alegraron mucho al verme, y me preguntaron la causa de aquel viaje. Y yo les dije: “Pues únicamente el deseo de volverlos a ver y el temor de gastarme en Damasco el dinero que me quedaba.” Me invitaron a vivir con ellos, y acepté. Y permanecí en su compa?ía todo un a?o, divirtiéndome, comien-do, bebiendo, visitando, las cosas interesantes de la ciudad, admirando el Nilo y distrayéndome de mil ma-neras. Desgraciadamente, al cabo del a?o, como mis tíos habían realizado buenas ganancias vendiendo sus géne-ros, pensaron en volver a Mossul; pero cómo yo no quería acompa-?arlos, desaparecí para librarme de ellos, y se marcharon solos, pensan-do que yo habría ido a Damasco para prepararles alojamiento, puesto que conocía bien esta ciudad. Des-pues seguí gastando, y permanecí allí otros tres a?os, y cada a?o mandaba el precio del alquiler a mi casero de Damasco. Transcurridos los tres a?os, como apenas me que-daba dinero para el viaje y estaba aburrido de la ociosidad, decidí vol-ver a Damasco.
4 H! M5 ~' ^, f% D Y apenas, llegué, me dirigí a mi casa, y fui recibido con gran alegría por mi casero, que me dio la bien-venida, y me entregó las llaves, ense?ándome la cerradura, intacta y provista de mi sello. Y efectivamen-te, entré y vi que todo estaba como lo había dejado.
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) K1 [1 c! W' u Lo primero que hice fue lavar el entarimada; para que desapareciese toda huella de sangre de la joven asesinada, y cuando me quedé tran-quilo me fui al lecho, para descansar de las fatigas del viaje. Y al levantar la almohada para ponerla bien, en-contré debajo un collar de aro con tres filas de perlas nobles. Era preci-samente el collar de mi amada, y lo había puesto allí la noche de nues-tra dicha. Y ante este recuerdo derramé lágrimas de pesar y deploré la muerte de aquella joven. Luego oculté cuidadosamente el collar en el interior de mi ropón. |