</p> El mercader me interrogó enton-ces, y le conté mi historia con este barbero, y le rogué que me dejara en su tienda hasta mi curación, pues no quería volver a mi casa por miedo a que me persiguiese otra vez ese barbero de betún.
d" ?! E# i% O. g/ _ Pero por la gloria de Alah, mi pierna acabó de curarse. Entonces cogí todo el dinero que me quedaba, mandé llamar a testigos y escribí un testamento, en virtud del cual legaba a mis parientes el resto de mi fortu-na, mis bienes y mis propiedades después de mi muerte, y elegí a una persona de confianza para que admi-nistrase todo aquello, encargándole que tratase bien a todos los. míos, grandes y peque?os. Y para perder de vista definitivamente a este bar-bero maldito decidí salir de Bagdad y marcharme a cualquiera otra parte, donde no corriese riesgo de encon-trarme cara a cara con mi enemigo, Salí, pues, de Bagdad, y no dejé de viajar día y noche hasta, que lle-gué a este país, donde creía haberme librado de mi perseguidor. Pero ya veis que todo fue trabajo perdido, ?oh mis se?ores! pues me lo acabo de encontrar entre vosotros, en este banquete a que me, habéis invitado.
3 n5 X# d7 {" x: C6 K Por eso os explicaréis que no pue-da tener tranquilidad mientras no huya de este país, como del otro, ?y todo por culpa de ese malvado, de esa calamidad con cara de pio-jo, de ese barbero asesino, a quien Alah confunda, a él, a su familia y a toda su descendencia!”
2 C3 e! W4 \5 b% o& z& u/ _* o% f+ W Cuando aquel joven -prosiguió el sastre, hablando al rey de la China- acabó de pronunciar estas pa-labras, se levantó con el rostro muy pálido, y nos deseó la paz, y salió sin que nadie pudiera impedírselo.' p, E$ ?4 |. `2 s) p
En cuanto a nosotros, una vez que oímos esta historia tan sorpren-dente, miramos al barbero, que esta-ba callado y con los ojos bajos, le dijimos: '“?Es verdad lo que ha con-tado ese joven? Y en tal caso, ?por qué procediste de ese modo, causán-dole tanta desgracia?' Entonces, el barbero levantó la frente, y nos dijo: “?Por Alah! Bien sabía yo lo que me hacía al obrar así, y lo hice para ahorrarle mayores calamidades. Pues a no ser por mí, estaba perdido sin remedio. Y tiene que dar gracias a Alah y dármelas a mí por no haber perdido más que una pierna en vez de perderse por completo. En cuanto a vosotros, ?oh mis se?ores! Para probaros que no soy ningún char-latán, ni un indiscreto, ni en nada semejante a ninguno de mis seis hermanos, y para demostraros tam-bién que soy un hombre listo y de buen criterio, y sobre todo muy ca-llado os voy a contar mi historia y juzgaréis.”' {* C3 Q" y; t t& e
Después de estas palabras, todos nosotros -continuó el sastre- nos dispusimos, a escuchar en silencio aquella historia, que juzgábamos ha-bía de ser extraordinaria.”6 N$ e+ s$ M% V: U+ \3 D/ G j+ l
HISTORIAS DEL BARBERO DE BAGDAD Y DE SUS SEIS HERMANOS
% d: D6 I! _7 Y! v (Contadas por el barbero y repetidas por el sastre)
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El barbero dijo:: W5 U8 T( q; o! m# M
“Sabed, pues, ?oh mis se?ores! que yo viví en Bagdad durante el reinado del Emir de los Creyentes El-Montasser Billah. Y bajo su go-bierno vivíamos, porque amaba a los pobres y a los humildes, y gus-taba de la compa?ía de los sabios y los poetas.
3 p: l1 |3 h4 j4 D; I5 T$ ]" I Pero un día entre los días, el califa tuvo motivos de queja contra diez individuos que habitaban no lejos de la ciudad, y mandó al gobernador--lugarteniente que trajese entre sus manos a estos diez individuos. Y quiso el Destino que precisamente cuando les hacían atravesar el Tigris en una barca, estuviese yo en la orilla del río. Y vi a aquellos hom-bres en la barca, y dije para mí: “Seguramente esos hombres se han dado cita en esa barca para pasarse en diversiones todo el día, comiendo y bebiendo. Así es que necesaria-mente me tengo que convidar para tomar parte en el festín.”
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Me aproximé a la orilla, y sin decir palabra, que por algo soy el Silencioso, salté a la barca y me mezclé, con todos ellos. Pero de pron-to vi legar a. los guardias del walí, que se apoderaron, de todos, les echaron a cada uno una argolla al cuello y cadenas, a las manos, y acabaron por cogerme a mí también y ponerme asimismo la argolla al cuello y las cadenas a las manos. Y yo no dije palabra, lo cual os demostrará ?oh mis se?ores! mi fir-meza de carácter y mi poca locuaci-dad. Me aguanté pues, sin protestar; y me vi llevado con los diez indivi-duos a la presencia del Emir de los Creyentes, el califa Montasser Billah.. |