</p> Bajo felices auspicios comenzó, en efecto, nuestra navegación. En to-dos los lugares que abordábamos ha-cíamos negocios excelentes, a la vez que nos paseábamos e instruíamos con todas las cosas nuevas que veía-mos sin cesar. Y nada, verdadera-mente, faltaba a nuestra dicha, y nos hallábamos en el límite del des-ahogo y la opulencia.
3 N* F( g7 O4 P Un día entre los días, estábamos en alta mar, muy lejos de los países musulmanes, cuando de pronto vi-mos que el capitán del navío se gol-peaba con fuerza el rostro, se mesa-ba los pelos de la barba, desgarraba sus vestiduras y tiraba al suelo su turbante, después de examinar du-rante largo tiempo el horizonte. Lue-go empezó a lamentarse; a gemir y a lanzar gritos de desesperación.
& q4 ^9 N. X2 m4 j* t Al verlo, rodeamos todos al capi-tán, y le dijimos: “?Qué pasa, ?oh capitán!?” Contestó: “Sabed, ?oh pa-sajeros de paz! que estamos a merced del viento contrario, y habién-donos desviado de nuestra ruta, nos hemos lanzado a este mar siniestro. Y para colmar nuestra mala suerte, el Destino hace que toquemos en esa isla que veis delante de vosotros, y de la cual jamás pudo salir con vida nadie que arribara a ella. ?Esa isla es la Isla de los Monos! ?Me da el corazón que estamos perdidos sin remedio!
1 j8 h4 \% {/ r; e Todavía no había acabado de ex-plicarse el capitán, cuando vimos que rodeaba al navío una multitud de se-res velludos cual monos, y más in-numerables que una nube de langos-tas, en tanto que desde la playa de la isla otros monos, en cantidad in-calculable, lanzaba chillidos que nos helaron de estupor. Y no osamos maltratar, atacar, ni siquiera espan-tar a ninguno de ellos, por miedo a que se abalanzaran todos sobre nos-otros y nos matasen hasta el último, vista su superioridad numérica; porque no cabe duda de que la certi-dumbre de esta superioridad numé-rica aumenta el valor de quienes la poseen. No quisimos, pues, hacer ningun movimiento, aunque por to-dos lados nos invadían, aquellos mo-nos, que empezaban a apoderarse ya de cuanto nos pertenecía. Eran muy feos. Eran incluso más feos que las cosas más feas que he visto hasta este día de mi vida. ?Eran peludos y velludos, con ojos amarillos en sus caras negras; tenían poquísima esta-tura, apenas cuatro palmos, y sus muecas y sus gritos, resultaban más horribles que cuanto a tal respecto pudiera imaginarse! Por lo que afec-ta a su lenguaje, en vano nos habla-ban y nos insultaban chocando las mandíbulas, ya que no lográbamos comprenderles, a pesar de la aten-ción que a tal fin poníamos. No tar-damos por desgracia, en verles eje-cutar el más funesto de los proyec-tos. Treparon por los palos, desple-garon las velas, cortaron con los dientes todas las amarras y acaba-ron por apoderarse del timón. En-tonces, impulsado por el viento, mar-chó el navío contra la costa, donde encalló. Y los monos apoderáronse de todos nosotros, nos hicieron des-embarcar sucesivamente, nos deja-rqn en la playa, y sin ocuparse más de nosotros para nada, embarcaron de nuevo en el navío, al cual consi-guieron poner a flote, y desaparecie-ron todos con él a lo lejos del mar.+ v& K% l7 b* j9 R+ Y
Entonces, en el limite de la per-plejidad, juzgamos inútil permanecer de tal modo en la playa contemplan-do el mar, y avanzamos por la isla, donde al fin descubrimos algunos árboles frutales y agua corriente, lo que nos permitió reponer un tanto nuestras fuerzas a fin de retardar lo más posible una muerte que todos creiamos segura. C& Q, \& H% q' ^4 @/ X
Mientras seguíamos en aquel esta-do, nos pareció ver entre los árboles un edificio muy grande que se diría abandonado. Sentimos la tentación de acercarnos a él, y, cuando llega-mos a alcanzarlo, advertimos que era un palacio...& q( m" Y7 @ p- h, q7 R! |& n* _
En este momento de su narración, Schahrazada Vio aparecer la ma?a-na, y se calló discretamente. |