</p> Libre entonces de su preocupa-cíón, se detuvo un instante en el úl-timo pelda?o de la escalera para mirar el jardín. Y se puso a contem-plar aquellos árboles, cuyas frutas no había tenido tiempo de ver a la llegada. Y observó que los árboles de aquel jardín, en efecto, estaban agobiados bajo el peso de sus fru-tas, que eran extraordinarias de for-ma, de tama?o y de color. Y notó que al contrario de lo que ocurre con los árboles de los huertos, cada rama de aquellos árboles tenía fru-tas de diferentes colores. Las había blancas, de un blanco transparente como el cristal, o de un blanco tur-bio como el alcanfor, o de un blanco opaco como la cera virgen. Y las ha-bía rojas, de un rojo como los gra-nos de la granada o de un rojo co-mo la naranja sanguínea. Y las ha-bía verdes, de un verde obscuro y de un verde suave; y había otras que eran azules y violeta y amari-llas; y atras que ostentaban colores y matices de una variedad infinita. ?Y el pobre Aladino no sabía que las frutas blancas eran diamantes, perlas, nácar y piedras lunares; que las frutas rojas eran rubíes, carbun-clos, jacintos, coral y cornalinas; que las verdes eran esmeraldas, be-rilos, jade, prasios y aguas-marinas; que las azules, eran zafiros, turque-sas lapislázuli y lazulitas; que la violeta eran amatistas, jaspes y sar-doinas que las amarillas eran topacios, ámbar y ágatas; y que las de-más, de colores desconocidos, eran ópalos, venturinas, crisólitos, cimó-fanos, hematitas, turmalinas, peridotos, azabaches y crisopacios! Y caía el sol a plomo sobre el jardín. Y los árboles despedían llamas de todas sus frutas, sin consumirse.
/ @9 ?5 } w* d8 p. [ Entonces, en el límite del placer, se acercó Aladino a uno de aquellos árboles y quiso coger algunas fru-tas para comérselas. Y observó qué, no se las podía meter el diente, y que no se asemejaban rnás que por su forma a las naranjas, a los higos, a los plátanos, a las uvas, a las san-días, a las manzanas y a todas las demás frutas excelente! de la China. Y se quedó muy desilusionado al tocarlas; y no las encontró nada de su gusto. Y creyó que sólo eran bolas de vidrio coloreado, pues en su vida había tenido ocasión de ver piedras preciosas. Sin embargo, a pesar de su desencanto, se decidió a coger algunas para regalárselas a los ni?os que fueron antiguos camaradas su-yas, y también a su pobre madre. Y cogió varias de cada color, llenán-dose con ellas el cinturón, los bol-sillos y el forro de la ropa, guar-dándoselas asimismo entre el traje y la camisa y entre la camisa y la piel; y se metió tal cantidad de aque-llas frutas, que parecía un asno car-gado a un lado y a otro. Y agobia-do por todo aquello, se alzó cuidado-samente el traje, ci?éndoselo mucho a la cintura, y lleno de prudencia y de precaucion atravesó con ligereza las tres salas de calderas y ganó la escalera de la cueva, a la entrada de la cual le esperaba ansiosamente el maghrebín.8 M3 t1 h' H4 W5 A6 \& F
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Y he aquí que, en cuanto Ala-dino franqueó la puerta de cobre y subió el primer pelda?o de la es-calera, el maghrebín, que se hallaba encima de la abertura, junto a la entrada de la cueva, no tuvo pacien-cia para esperar a que subiese todos los escalones y saliese de la cueva por completo, y le dijo: “Bueno, Aladino, ?dónde está la lámpara?” Y Aladino contestó: “?La tengo en el pecho!” El otró dijo: “?Sácala ya y dámela!” Pero Aladino le dijo: ?Cómo quieres que te la de tan pronto, ?oh tío mío!, si está entre todas las bolas de vidrio con que me he llenado la ropa por todas par-tes? ?Déjame antes subir esta esca-lera, y ayúdame a salir del agujero; y entonces descargaré todas estas bo-las en lugar seguro, y no sobre estos pelda?os, por los que rodarían y se romperian! ?Y así podré sacarme del pecho la lámpara y dártela cuan-do esté libre de esta impedimenta insuperablel ?Por cierto que se me ha escurrido hacia la espalda y me lastima violentamente en la piel, por lo que bien quisiera verme desem-barazado de ella!” Pero el maghrerín, furioso por la resistencia que hacia Aladino y persuadido de que Aladino sólo ponía estas dificultades porque quería guardarse para él la lámpara le gritó con una voz es-pantosa como la de un demonio: “?Oh hijo de perro! ?quieres darme la lampara en seguida, o morir!” Y Aladino, que no sabía a qué atribuir este cambio de modales de su tío, y aterrado al verle en tal estado de furor, y temiendo recibir otra bo-fetada más violenta que la primera, se dijo: “?Por Alah, que más vale resguardarse! ?Y voy a entrar de nuevo en la cueva mientras él se calma!” Y volvió la espalda, y reco-giéndose el traje, entró prudente-mente en él subterráneo. |