</p> Llegados que fueron los guardias a los primeros arrabales de la ciudad, los transeúntes que vieron de este modo a Aladino no dudaron de que el sultán, por motivos que ignora-ban, se disponía a hacer que le cor-taran la cabeza. Y como Aladino se había captado, por su generosidad y su afabilidad, el afecto de todos los súbditos del reino, los que le vieron apresuráronse a echar a andar detrás de él, armándose de sables unos, y de estacas otros y de piedras y palos los demás. Y aumentaban en número a medida que el convoy se aproximaba a palacio; de modo que ya eran millares y millares al llegar a la plaza del meidán. Y todos gri-taban y protestaban, blandiendo sus armas y amenazando a los guardias, que a duras penas pudieron conte-nerles y penetrar en palacio sin ser maltratados. Y en tanto que los otros continuaban vociferando y chi-llando en el meidán para que se les devolviese sano y salvo a su se?or Aladino, los guardias introdujeron a Aladino, que seguía cargado de ca-denas, en la sala donde le esperaba el sultán lleno de cólera y de an-siedad.; z2 {0 h6 L6 \ x4 y, r2 K$ j/ Y
No bien tuvo en su presencia a Aladino, el sultán, poseído de un fu-ror inconcebible, no quiso perder el tiempo en preguntarle qué había sido del palacio que guardaba a su hija Badrú’l-Budur, y gritó al porta-alfanje: “?Corta en seguida la ca-beza a este impostor maldito!” Y no quiso oírle ni verle un instante más. Y el porta-alfanje se llevó a Aladino a la terraza desde la cual se dominaba el meidán en donde estaba api?ada la muchedumbre tu-multuosa, hizo arrodillarse a Aladi-no sobre el cuero rojo de las eje-cuciones, y después de vendarle los ojos le quitó la cadena que llevaba al cuello y alrededor del cuerpo, y le dijo: “?Pronuncia tu acto de fe antes de morir!” Y se dispuso a dar-le el golpe de muerte, volteando por tres veces y haciendo flamear el sable en el aire en torno a él. Pero en aquel momento, al ver que el porta-alfanje iba a ejecutar a Aladi-no, la muchedumbre empezó a es-calar los muros del palacio y a for-zar las puertas. Y el sultán vio aque-llo, y temiéndose algún aconteci-miento funesto se sintió poseído de gran espanto. Y se encaró por el porta-alfanje, y le dijo: “?Aplaza por el instante el acto de cortar la cabe-za a ese criminal!” Y dijo al jefe de los guardias:- ?Haz que pregonen al pueblo que le otorgo la gracia de la sangre de ese maldito!'? Y aquella orden, pregonada en seguida desde lo alto de las terrazas, calmó el tu-multo y el furor de la muchedumbre, e hizo abandonar su propósito a los que forzaban las puertas y a los que escalaban los muros del palacio.9 u# ?. n8 z* k2 J r' z) n
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Entonces Aladino, a quien se ha-bía tenido cuidado de quitar la ven-da de los ojos y a quien habían sol-tado las ligaduras que le ataban las manos a la espalda, se levantó del cuero de las ejecuciones en donde estaba arrodillado y alzó la cabeza hacia el sultán, y con los ojos llenos de lágrimas le preguntó: “Oh rey del tiempo! ?suplico a tu alteza que me diga solamente el crimen que he podido cometer para ocasionar tu cólera y esta desgracia!” Y con el color muy amarillo y la voz llena de cólera reconcentrada, el sultán le dijo: “?Que te diga tu crimen, mi-serable? ?Es que finges ignorarlo? ?Pero no fingirás más cuando te lo haya hecho ver con tus propios ojos!” Y le gritó: “?Sígueme!” Y echó a andar delante de él y le condujo al otro extremo del palacio, hacia la parte que daba al segundo meidán, donde se erguía antes el pa-lacio de Badrú’l-Budur rodeado de sus jardines, y le dijo: “?Mira por esta ventana y dime, ya que debes saberlo; qué ha sido del palacio que guardaba a mi hija!” Y Aladino sa-có la cabeza por la ventana y miró. Y no vio ni palacio, ni jardín, ni huella de palacio o de jardín, sino el inmenso meidán desierto, tal cómo estaba el día en que dio él al efrit de la lámpara orden de construir allí la morada maravillosa. Y sintió tal estupefacción y tal dolor y tal con-moción, que estuvo a punto de caer desmayado. Y no pudo pronunciar una sola palabra. Y el sultán le gritó: “Dime, maldito impostor, ?dónde, está el palacio y dónde está mi hija, el núcleo de mi corazón, mi única hija?” Y Aladino lanzó un gran sus-piro y vertió abundantes lágrimas; luego dijo: “?Oh rey del tiempo, no lo sé!” Y le dijo el sultán: “?Escu-chame bien! No quiero pedirte que restituyan tu maldita palacio; pero sí te ordeno que me devuelvas a mi .hija. Y si no lo haces al instante o si no quieres decirme qué ha sido de ella, ?por mi cabeza, que haré que te corten la cabeza!” Y en el límite de la emoción, Aladino bajó los ojos y reflexionó durante una hora de tiempo. Luego levantó la cabeza, y dijo: “?Oh rey del tiempo! ninguno escapa a su destino. ?Y si mi destino es que se me corten la cabeza por un crimen que no he cometido, ningún poder logrará salvarme! Sólo te pido, pues, antes de morir, un plazo de cuarenta días para hacer las pesqui-sas necesarias con respecto a mi es-posa bienamada, que ha desapareci-do con el palacio mientras yo estaba de caza y sin que pudiera sospechar cómo ha sobrevenido esta calami-dad te lo juro por la verdad de nuestra fe y los méritos de nuestro se?or Mahomed (?con él la plegaria y la paz!)” Y el sultán contestó: “Está bien; te concederé lo que me pides. ?Pero has de saber que, pa-sado ese plazo, nada podrá salvarte de entre mis manos si no me traes a mi hija! ?Porque sabré apoderarme de ti y castigarte, sea donde sea el paraje de la tierra en que te ocultes!” Y al oír estas palabras Aladino salió de la presencia del sultán, y muy ca-bizbajo atravesó el palacio en medio de los dignatarios, que se apenaban mucho al reconocerle y verle tan de-mudado por la emoción y el dolor. Y llegó ante la muchedumbre y em-pezó a preguntar, con torvos ojos: ?Dónde esta mi palacio? ?Dónde está mi esposa?” Y cuantos le veían y oían dijeron: “?El pobre ha perdido la razón! ?El haber caído en desgracia con él sultán y la proxi-midad de la muerte le han vuelto lo-co!” Y al ver que ya sólo era para todo el mundo un motivo de compa-sión, Aladino se alejó rápidamente sin que nadie tuviese corazón para seguirle. Y salió de la ciudad, y co-menzó a errar por el campo, sin saber lo que hacía. Y de tal suerte llegó a orillas de un gran río, presa de la desesperación, y diciéndose: “?Dón-de hallarás tu palacio, Aladino y a tu esposa Badrú’l-Budur, ?oh pobre!? ?A qué país desconocido irás a bus-carla, si es que está viva todavía? ?Y acaso sabes siquiera cómo ha desaparecido?” Y con el alma obs-curecida por estos pensamientos, y sin ver ya más que tinieblas y tris-teza delante de sus ojos, quiso arro-jarse al agua y ahogar allí su vida y su dolor. ?Pero en aquel momento se acordó de que era un musulmán, un creyente, un puro! dio fe de la unidad de Alah y de la misión de Su Enviado. Y reconfortado con su acto de fe y su abandono a la voluntad del Altísimo, en lugar de arrojarse al agua se dedicó a hacer sus ablu-ciones para la plegaria de la tarde. Y se puso en cuclillas a la orilla del río y cogió agua en el hueco de las manos y se puso a frotarse los dedos y las extremidades. Y he aquí que, al hacer estos movimientos, frotó el anillo que le había dado en la cueva el maghrebín. Y en el mismo mo-mento apareció el efrit del anillo, que se prosternó ante él, diciendo: “?Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ?Qué quieres? Habla: ?Soy él servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua!' Y Aladino re-conoció perfectamente, por su as-pecto repulsivo y por su voz aterra-dora, al efrit que en otra ocasión hubo de sacarle del subterráneo. Y agradablemente sorprendido por aquella aparición, que estaba tan le-jos de esperarse en el estado mise-rable en que se encontraba, interrum-pió sus abluciones y se irguió sobre ambos pies, y dijo al efrit: “?Oh efrit del anillo, oh compasivo, oh excelente! ?Alah te bendiga y te ten-ga en su gracia! Pero apresúrate a traerme mi palacio y mi esposa, la princesa Badrú’l-Budur!” Pero el efrit del anillo le contestó: “?Oh due-?o del anillo! ?lo que me pides no está en mi facultad, porque en la tierra, en el aire y en el agua yo sólo soy servidor del anillo! ?Y sien-to mucho no poder complacerte en esto, que es de la competencia del servidor de la lámpara! ?A tal fin, no tienes más que dirigirte a ese efrit, y él te complacerá!” Entonces Ala-dino, muy perplejo, le dijo: “?En ese caso, ?oh efrit del anillo! y puesto que no puedes mezclarte en lo que no te incumbe, transportando aquí el palacio de mi esposa, por las vir-tudes anillo a quien sirves te ordenó que me transportes a. mí mismo al paraje de la tierra en que se halla mi palacio, y me dejes, sin hacerme sufrir sacudidas, debajo de las ventanas de mi esposa, la prince-sa Badrú’l-Budur!” |